En aquellas tardes lluviosas de otoño, cuando el frío comienza a colarse por las ventanas, siempre recurro a esta reconfortante sopa de patata con jamón y queso. La primera vez que la preparé fue tras regresar de un viaje a Wisconsin, donde descubrí la magia de combinar queso cheddar añejo con patatas cremosas. Desde entonces, esta receta se ha convertido en una tradición familiar que todos esperan cuando las temperaturas descienden. A través de los años, he perfeccionado cada elemento para lograr el equilibrio perfecto entre cremosidad, sabor y textura que hace de esta sopa un abrazo en forma de plato.
Tras años perfeccionando esta receta, he descubierto varios secretos que marcan la diferencia entre una sopa buena y una extraordinaria:
El tipo de patata utilizado afecta significativamente la textura final. Las patatas Yukon Gold mantienen mejor su forma mientras aportan cremosidad natural, mientras que las Russet se deshacen parcialmente espesando la sopa de manera natural.
Por otra parte, el secreto para una textura perfectamente aterciopelada reside en añadir el queso con el fuego apagado o muy bajo. Las altas temperaturas pueden hacer que el queso se vuelva granuloso o se separe.
Asimismo, aunque pueda resultar tentador utilizar queso pre-rallado por conveniencia, rallar el queso en el momento marcará una enorme diferencia en la forma que se derrite e integra en la sopa.
Finalmente, si dispones de una corteza de queso parmesano, añádela durante la cocción de la sopa y retírala antes de servir; aportará una profundidad de sabor incomparable sin dominar el perfil principal.
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