Descubrí esta receta durante una visita a la casa de campo de mi abuela, donde su huerto rebosaba de calabacines frescos. Aquella tarde calurosa, improvisamos con lo que teníamos a mano: pasta, mantequilla y hierbas frescas del jardín. El resultado fue tan extraordinario que se convirtió instantáneamente en mi plato favorito del verano. Desde entonces, he perfeccionado cada elemento, encontrando el equilibrio perfecto entre la cremosidad del queso de cabra, la mantequilla dorada y la frescura de los vegetales de temporada.
El verdadero secreto de este plato reside en dos elementos fundamentales: no cocinar demasiado los calabacines (deben mantener cierta textura) y prestar especial atención a la mantequilla mientras se dora. Cuando comiences a percibir ese aroma a nuez, estás exactamente en el punto perfecto. Un segundo más y podría quemarse, cambiando completamente el perfil de sabor.