El primer encuentro con el gazpacho de tomates amarillos ocurrió durante un verano sofocante en Andalucía. Mientras recorría un pequeño mercado local, me detuve ante un puesto donde una mujer mayor ofrecía muestras de esta variación dorada del clásico español. Aquel primer sorbo fue una revelación: dulce, aterciopelado y con una acidez tan sutil que parecía acariciar el paladar en lugar de desafiarlo.
Desde entonces, cada verano espero ansiosamente la llegada de los tomates amarillos al mercado. Este gazpacho se ha convertido en mi refugio culinario durante las tardes calurosas, cuando el termómetro sube y el apetito desciende. A través de los años, he ido perfeccionando esta receta, incorporando melocotones maduros que potencian la dulzura natural de los tomates amarillos, creando así una armonía perfecta entre lo dulce y lo fresco que ahora comparto contigo.
La calidad del aceite de oliva es fundamental en esta receta, ya que su sabor será prominente en el resultado final. Utiliza el mejor aceite virgen extra que puedas permitirte, preferiblemente con notas frutales que complementen los tomates y melocotones.
El punto de maduración de los tomates amarillos determinará en gran medida el carácter de tu gazpacho. Busca ejemplares que cedan ligeramente a la presión, con un aroma intenso pero que aún mantengan su firmeza. Demasiado maduros resultarían en un gazpacho aguado; insuficientemente maduros producirían un sabor plano.
Si no encuentras tomates amarillos en tu mercado local, puedes sustituirlos por tomates naranjas o incluso tomates cherry amarillos (en este caso, duplica la cantidad). Cada variedad aportará matices distintos, convirtiendo cada preparación en una experiencia única.