El descubrimiento de los fideos de calabacín cambió por completo mis veranos. Todo comenzó durante una ola de calor particularmente intensa en Madrid, cuando la idea de encender cualquier electrodoméstico en mi pequeño apartamento parecía una tortura. Recordé entonces que mi hermana me había regalado un espiralizador meses atrás, el cual permanecía olvidado en un cajón de la cocina.
Aquella tarde, armada con un par de calabacines del mercado local y un limón fragante de la huerta de mi vecina, improvisé este plato que desde entonces se ha convertido en mi salvavidas durante los meses estivales. La sensación refrescante del primer bocado, con el calabacín crujiente bañado en la acidez del limón, creó una experiencia casi reveladora. A través de los años, he ido perfeccionando esta receta hasta conseguir el equilibrio perfecto entre sencillez y sabor que ahora comparto contigo, para que también puedas disfrutar de una comida deliciosa sin sufrir el calor de los fogones.
El secreto de este plato reside en la frescura de sus ingredientes y en mantener la textura crujiente del calabacín. Por ello, es fundamental no aderezar los fideos hasta el momento de servir, evitando así que se ablanden excesivamente por el contacto prolongado con la acidez del limón.
La elección del calabacín también juega un papel importante: busca ejemplares firmes, de piel brillante y tamaño medio, ya que los muy grandes suelen tener más semillas y mayor contenido de agua, lo que podría diluir el sabor del plato.
Si no dispones de un espiralizador específico, puedes lograr resultados similares utilizando un pelador de verduras para crear cintas anchas o incluso cortando el calabacín en bastones muy finos con un cuchillo afilado. Aunque la presentación varíe ligeramente, el sabor refrescante permanecerá intacto.