La primera vez que probé esta combinación fue en una pequeña trattoria en las afueras de Roma, donde la nonna de la casa me enseñó que el secreto de unas albóndigas perfectas no está solo en la carne, sino en el amor con que se preparan. Desde entonces, he recreado esta receta innumerables veces, perfeccionando cada detalle hasta lograr ese equilibrio perfecto entre la jugosidad de las albóndigas y la cremosidad del orzo.
Este plato representa todo lo que amo de la cocina italiana: ingredientes simples que se transforman en algo extraordinario. Además, la combinación de salvia fresca y parmesano crea una sinfonía de sabores que transporta directamente a una mesa familiar italiana.
Comienza precalentando el horno a 230°C (450°F). Prepara una bandeja para hornear con papel pergamino y rocía ligeramente con aceite. En un tazón grande, coloca los cubitos de pan y vierte el agua tibia por encima. Asegúrate de que todo el pan quede sumergido y déjalo reposar durante al menos 5 minutos. Esta hidratación es crucial para la textura final.
Mientras el pan se hidrata, calienta una sartén de 30 cm a fuego medio. Añade la mantequilla y, una vez derretida, incorpora el chalote y ajo picados. Cocina durante aproximadamente un minuto hasta que se ablanden y liberen su aroma. Posteriormente, añade el ajo granulado y las hojuelas de chile rojo. Mezcla bien y retira del fuego inmediatamente para evitar que se queme.
Al tazón con el pan hidratado, añade el pollo molido, parmesano, salvia, perejil, sal y la mezcla de chalote enfriada. Mezcla con las manos hasta que todos los ingredientes estén completamente incorporados, pero sin trabajar demasiado la mezcla para mantener la ternura.
Forma aproximadamente 15 albóndigas de 60 gramos cada una, compactándolas firmemente entre las palmas. Colócalas en la bandeja preparada, dejando espacio entre cada una para una cocción uniforme. Rocía ligeramente con aceite de oliva antes de hornear.
Hornea en la rejilla superior durante 25-30 minutos, hasta que estén doradas y completamente cocidas. La temperatura interna debe alcanzar los 74°C (165°F). El color dorado indica que se ha desarrollado una costra sabrosa que sella los jugos internos.
Limpia la sartén utilizada anteriormente y colócala nuevamente a fuego medio. Añade la mantequilla y deja que se derrita completamente. Incorpora las hojas de salvia y permite que se vuelvan crujientes mientras la mantequilla comienza a dorarse. Este proceso toma aproximadamente 2-3 minutos.
Con una cuchara ranurada, transfiere las hojas de salvia crujientes a papel absorbente. Esta mantequilla dorada será la base de sabor de todo el orzo.
Añade las rodajas de chalote a la mantequilla dorada y sazona con una pizca de sal. Cocina durante 2 minutos hasta que se ablande. Luego, incorpora el orzo y revuelve para que se impregne con la mantequilla aromática.
Vierte el vino blanco y añade el manojo de tomillo atado. Lleva a ebullición suave y cocina durante 2 minutos para que el alcohol se evapore parcialmente. A continuación, añade el caldo de pollo y vuelve a llevar a ebullición.
Reduce el fuego a medio-bajo y cocina durante aproximadamente 6 minutos más, removiendo frecuentemente para evitar que se pegue. El orzo debe quedar al dente, con una textura ligeramente firme.
Añade la crema espesa, las espinacas frescas y el parmesano rallado. Remueve continuamente mientras la crema hierve suavemente, las espinacas se marchitan y el queso se derrite completamente. Este proceso toma entre 2-3 minutos.
Prueba y ajusta la sazón con sal al gusto. Retira las ramitas de tomillo antes de servir, ya que han cumplido su función aromática.
El muslo de pollo molido es preferible al pechuga porque contiene más grasa natural, lo que resulta en albóndigas más jugosas. Si solo encuentras pechuga molida, añade una cucharada extra de mantequilla a la mezcla.
El orzo debe cocinarse como un risotto ligero, añadiendo líquido gradualmente y removiendo constantemente. Sin embargo, no requiere la atención intensiva del risotto tradicional, lo que lo hace más accesible para cocineros caseros.
No omitas el vino blanco, ya que aporta acidez esencial que equilibra la riqueza de la crema y el queso. Si prefieres no usar alcohol, sustituye por caldo de pollo adicional con una cucharada de vinagre de vino blanco.
Mantén el fuego en medio-bajo una vez que añadas la crema para evitar que se corte. La crema debe hervir suavemente, nunca a borbotones violentos.